Recorrer de nuevo los pasillos de mi instituto, saludar a antiguos y nuevos compañeros, y sobre todo ponerme delante de un grupo de adolescentes me hizo -y hace- sentir inquieto, con el nerviosismo propio de un debutante. De nada sirven los años de experiencia cuando, cerrada la puerta e iniciada la clase, comienza la actuación que es, además, en riguroso directo y sin cortes publicitarios. Hay que estar alerta para dar lo mejor y no me refiero sólo al mejor perfil, sino al debate continuo -esgrima, diría yo- que nos enfrenta a nosotros mismos para decidir en fracciones de segundo, y …
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